Cita 3
Mientras, en la superficie, las aseadoras sacan la vuelta.
La aseadora: (A público.) Cuando mis profesores me preguntaron qué quería estudiar no lo supe. Realmente no lo supe. Había trabajado desde los 12 años, cómo imaginarme en una situación libre de explotación, ¡algo que yo eligiera!, no me gustaba nada, había ocupado el tiempo trabajando en limpiar baños y suelos en vez de leer los libros de Comprensión de lectura o de resolver los problemas matemáticos. Ya me había embrutecido. ¿A qué podía aspirar? ¿A ser médico, abogado, cineasta? El solo hecho de pensarlo me agobiaba. No quería que nada me costara en la vida, no quería tener que sentirme como una maldita pieza mecánica del juego de quizás qué tirano multimillonario. Me di cuenta que mi hora de vida la pagaban a menos de quinientos pesos. Mi cuerpo no estaba conectado a mi corazón, eso es embrutecerse. Y no estudié, no soñé con nada, qué podía soñar o esperar del mundo, si hasta el viejo curado del barrio cuando se ponía a machetear ganaba más que yo. El mundo no me esperaba a mí, qué podía esperar yo de él. Pensé rebelarme y no hacer nada, pero lamentablemente tenemos eso que se llama espíritu de sobrevivencia y cuando postulé para trabajar aquí, mentí en el test psicológico. Contesté poniéndome en el papel de ser una persona positiva, grupal, una líder de las aseadoras que luchará por quedarse con el escobillón nuevo, que se obsesionará por recoger más colillas de cigarro y que se enorgullecerá de irse con las manos más partidas por el cloro. Así llegué hasta acá y este trabajo me ha salvado la vida. Tengo que mantener limpio este lugar cueste lo que cueste, aunque yo no cueste nada para el dueño de todo esto, ni para mi jefe, ni para mi país.
La otra aseadora: ¿Todavía no bajas a limpiar?
La aseadora: Ni loca. ¿No has sentido los ruidos de allá abajo? Andan penando.
La otra aseadora: Excusas para no trabajar. Hay que trabajar.
La aseadora: No sé cómo puedes trabajar con ganas de trabajar en esto. No sé cómo resistes.
La otra aseadora: Estoy hecha para la lucha. Cuando hablas de resistencia ya sé a lo que vas. Mi padre resistió a las grandes empresas, a los conglomerados de mercado, a toda la presión de los grandes neoliberales del dólar desde su humilde carnicería, desde ahí hizo su resistencia, desde su pequeño local, logró sobrevivir casi artesanalmente, siendo menos que un pyme, menos que un microempresario y logró mantener a duras penas su negocio y su casa por años en una tensa resistencia que lo llevó al hospital con un derrame cardiovascular. Hasta ahí llegó. Resistió hasta que Creonte instaló cadenas de Carnicerías y Fiambrerías Labdácidas S.A. en cada esquina, en cada rincón de cada sofisticado e inmundo barrio nacional. Se comió a todos los pececillos con su voracidad, y tuve que pasarme al bando contrario con la moral hecha trizas. ¡¡¡Perdóname padre mío!!! Soy una traidora, pero mientras tú resistías, yo me convertía en lo que soy, cualquier fulana pobre. Yo pretendo de alguna forma imitarlo, resistir desde mi lugar, aun estoy aquí, no se han podido olvidar de mí, ¡¡¡Maldito Creonte!!! ¡¡¡No podrás librarte de pagar todos mis años de servicio cuando jubile!!!
Creonte pasa rápidamente en dirección al subterráneo, seguido por Ismene. Las aseadoras al verlo se sobresaltan y se ponen a limpiar afanosamente, complicidad entre ellas. (15)