Cita 5
Diego.
. . . Dentro de un baño. En una pieza cualquiera de un departamento vacío. Sobre un mesón al centro mundanal, lleno de las botellas vacías que no importan, botellas vacías que apiladas demarcan el lugar preciso de la indefensión. Lugar de abuso. De vicio. De exceso y de carencia. Porque míralos, ya dopados, analgésicos, los pendejos parecen muertos, caminantes nauseabundos que andan como fantasmas, como zombies, bañados de licor amargo –ácido fermento-, terrible curados todos, pasados de ese olor fétido de mi arcada vomitiva, de ese gusto que se nos quedó impregnado, y que ahora tú que te acercas me recuerdas, y luego me llenas de tu bocanada vinagre, del tufo narcótico de tus cigarros sueltos, baratas esas mierdas que fumas. Entonces te pido, te digo, -mejor dicho, te ordeno-, así como lo haces, y como siempre lo has hecho, lléname la boca llena, chúpame ahora y déjate chupar después. Ábrete entero y moja mis manos, moja mi espalda, moja también mi pecho, mójame la cara si quieres, que riegas bien la cubierta cascada de oro que te brota, pendeja, y serena, amarilla la corriente tibia y diluida. (15)
Diego.
. . . Así, lentamente, deja que me someta a las sorpresas que me depara la geografía de tu cuerpo pequeño: Déjame escalar por tus hombros morenos como montañas, déjame caminar por tu pecho lampiño como desierto, déjame recorrer tu salado vientre amarillo, y déjame por fin, si, déjame, jugar como pendejo por tu selvático tupido genital. (16)